domingo, 26 de mayo de 2024

Eternamente Martí


Por Marilys Suárez Moreno

Soy de las que piensan que a los héroes, mártires y próceres hay que recordarlos y honrarlos sin que medien días fijos ni fechas en el calendario. Shora mismo pienso en nuestro Héroe Nacional José Julián Martí Pérez, quien eligió el camino del riesgo, la lucha, el alejamiento de los suyos, porque había hecho su propia elección: luchar por la libertad y la independencia de Cuba.

Nacido en enero, el día 28, su joven vida de solo 42 años quedó trunca aquel aciago 19 de mayo de 1895, como bien se sabe. Durante todo ese tiempo y casi desde su adolescencia, sufrió cárcel, destierros, sinsabores y se dedicó con empeño de orfebre a conspirar por la emancipación de Cuba.

Martí era patriota por encima de todo y su ideal independentista creció cuando vio la posibilidad de contribuir al surgimiento de aquellos patriotas que querían una Cuba libre de colonialismo español. Por eso, nunca pudo estar tranquilo, ni dejó de asumir responsabilidades que sabía le tocaban, porque así lo quiso.

Su dedicación a la Patria causó la incomprensión de los padres, la esposa y de muchos amigos que no acababan de percibir que, para él, Cuba y su desino eran la máxima prioridad de su existencia. Una existencia andariega, a la que se vio obligado, unas veces como desterrado, otras para ganarse el sustento.

De ahí que de su intensa vida intelectual, política y revolucionaria, por más de 20 años, los pasara lejos de Cuba, no porque fuera un errante andariego o un romántico soñador, sino un hombre con plena conciencia de lo que significaba para Cuba ser libre e independiente. Por eso, su amada eterna, la Patria, supo de sus quebrantos y entrega sin límites hasta el último aliento.

“No hay en mí una duda, un solo instante de vacilación. Amo a mi tierra intensamente. Si fuera dueño de mi fortuna, lo intentaría todo por su beneficio: lo intentaría todo”, escribió el Maestro.

“Con equidad para todos los derechos, con piedad para todos los afanes, con vigilancia contra todas las zapas, con fidelidad el alma rebelde y esperanzada que le inspira, la revolución no tiene enemigos porque España no tiene más poder que el que le da con la duda que quieren llevar a los espíritus, con la adulación ofensiva e insolente, a las preocupaciones que suponen en nuestros hombre y mujeres de desinterés y grandeza, los que son capaz de amar la independencia de su país”.

Así pensaba y dijo con visionarias palabras, en un artículo publicado en Patria, Nueva York, en 1894. Soñaba y hacia mucho por la libertad de Cuba entre sus guerreros, como llamaba a sus versos hirsutos.

Pienso que aún resta mucho que decir y hacer para honrar a aquel hombre ético, orientador y guía de la Revolución, que fue también periodista, poeta, tribuno y cuya doctrina y pensamiento trazó la senda de la Generación del Centenario. Ese ser superior que levantó a Cuba del letargo colonial hasta sacrificarlo todo, querencias y familia, en aras de un deber único.

Hubo muchos otros eneros específicos en la vida del Apóstol de nuestra Independencia, aparte del de su nacimiento. Pero también hubo el marzo preclaro de su Manifiesto de Montecristi y el abril fundador de su Partido Revolucionario Cubano y el de su arribo a la Patria por Playitas, el 11, para incorporarse a la Guerra Necesaria de sus sueños y afanes, que organizó y condujo. Alma de aquella gesta que estalló el 24 de febrero de 1995, año por demás de su caída en combate.

Como diría Armando Hart, “con su gesto y con su guerra necesaria, cuya victoria hubo de ser mutilada y escamoteada, dejó para el futuro, es decir, para nosotras y nosotros, su pueblo, un ejemplo imperecedero que el Imperio no pudo sacar jamás del corazón de los cubanos”

Por eso, aquel domingo 19 del quinto mes del año, signado por su caída en Dos Ríos, cerca de la confluencia del Cauto, en el Oriente cubano, el General dominicano Máximo Gómez, que había llegado a quererlo entrañablemente, cavilaba: “¡Qué guerra esta! Pensaba yo por la noche, que al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento”.

Ético, justo y noble, Martí aunó un lenguaje de elevadísima hondura con pensamientos que son lecciones de sabiduría. Ese fue el sentido de su vida. Una vida a la que nos acercamos un poco más cada vez y que aún resulta poco, insuficiente, quizás porque su imagen y recuerdo deben estar siempre presentes en el corazón de su pueblo que, a la distancia de la memoria, lo reverencia.

Parodiando a su Rosa Blanca, la existencia del amigo sincero, que fue el más universal de los cubanos, permanece viva en junio como en enero.

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