viernes, 5 de abril de 2024

Voz y canto de Haití



Por Marilys Suárez Moreno

Nació hace poco más de 105 años en Puerto Príncipe, Haití. Llegó a Cuba en 1952, embarazada de su primer hijo. La acusaron de comunista y la encarcelaron. Para entonces, Martha Jean Claude era ya una artista reconocida en su tierra natal que entonces, como ahora, la conmocionaba la violencia y la miseria más atroz.

Nacida un 21 de marzo de 1919, desde 1952 y hasta su muerte, Cuba fue su segunda Patria. Así me dijo hace unos cuantos años, en plenitud de sus facultades artísticas, cuando la entrevisté en su casa del Casino Deportivo, en La Habana.

Allí, rodeadas por la hermosura tropical de su patio, entre sus plantas, recuerdos y afanes, conversamos durante casi toda una mañana. Era una artista muy reconocida en Cuba y en otros lares donde regaló su canto inigualable, tanto en creole y francés como en el español que también habló con fluidez.

Me habló de su matrimonio con el periodista cubano Víctor Mirabal y de sus cuatro hijos, tres de ellos músicos reconocidos, como Sandra, Linda y Ricardo; me contó de su salida apresurada de Haití, gobernada entonces por la dictadura de Jean-Claude Duvalier, sucesor en todo y crímenes de Papa Doc y de su exilio obligado. También de su feliz regreso 34 años después, tras la caída del dictador.

Vi entonces que sus ojos y su voz se iluminaban por el recuerdo de aquel inolvidable regreso, supe de cómo su pueblo la recibió y cantó para su gente en la fachada delantera del mismísimo Palacio Presidencial, frente al Campo Marte y en la Plaza de la Independencia.

Me dijo emocionada que casi 40 000 personas tarareaban sus canciones y la recordaban como si jamás se hubiera marchado de su tierra. Su voz y su canto, el de su Patria haitiana, aún resonaba en los oídos de su gente, que nunca olvidó.

“Y sí, cumplí mi promesa de que, cuando llegara a mi Haití, yo iba a besar la tierra amada”. Como hizo, tras tantos años de desarraigo. A fin de cuentas, ya ella era una artista reconocida por su pueblo, que siempre la tuvo presente y esperó paciente por su regreso un día, cuando ya los Ton Ton Macutes no ejercieran su maléfico poder en la tierra de Toussaintistian Lovertoure, padre de la independencia haitiana, una nación que hoy padece nuevos dolores, como si una maldición los acechara siempre y en la distancia escucharan la canción preferida de Marta, Lamentos, la que muchos no quisieron oírsela cantar porque, le decían, no era nada comercial.


Para entonces ya Martha era una artista reconocida y sus cantos alegres y contagiosos se escuchaban por la radio y la televisión cubana, en teatros, recitales y cabarets, donde siempre se le recibió como una más entre nosotros, los de su segunda Isla y Patria.

Hablamos mucho y de muy variados temas aquella mañana. Marta era una mujer culta, que sentía orgullo de sus hijos y de la tierra que la vio nacer, que se sentía tan cubana como los que nacieron en este pueblo cálido que la acogió y donde murió un día, cumplidos los 82 años, feliz de haber defendido su cultura y tradiciones y deseando la felicidad de su pueblo amado.

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