lunes, 22 de abril de 2024

La Tierra es una sola


Por Aime Sosa Pompa

Hoy no es una jornada cualquiera. Desde hace varias semanas se está alertando y haciendo más para proteger a quien le debemos, con toda certeza, la vida. Estas 24 horas deben ser diferentes, porque este 22 de abril se celebra el Día de la Tierra.

¿A qué Tierra me refiero? Anann entre los irlandeses, Maya entre los hindúes, Pachamama para los quechuas y aimaras, Atabey para los taínos, Gea entre los griegos, Gaia para los seguidores de la nueva Era…, existen miles de nombres para describir a esta Madre en todas las culturas del mundo y, especialmente, en aquellas en las que el vínculo con el planeta es más directo. Y no es solo el planeta, es también una gran biosfera, una extensa energía, una causa universal, el único asidero que hemos conocido en un viaje sideral.

¿Acaso no se merece más cuidados por ser una madre de inmensas dimensiones? Lo cierto es que no somos sus dueños, sólo vivimos en ella con otras especies a las que le hemos negado sus derechos en muchas ocasiones. Por eso es necesario lograr el equilibrio que ha conseguido la naturaleza, de momento, muy lejano al humano.

Nunca estaremos totalmente informados cuando se mencione al Día de la Tierra. Cada vez los datos son más abrumadores. En ocasiones sólo pensamos que es simplemente otra ocasión para que los hombres y mujeres, las organizaciones e instituciones preocupados y ocupados por el medio ambiente llenen los espacios públicos con sus inquietudes y comentarios. Después de todo, siguen las mismas preguntas: ¿qué está pasando con el planeta? ¿Estará cambiando hacia un lugar inhóspito? ¿Hasta cuándo podremos vivir en él? Pues hoy se tiene la oportunidad, con toda intención, de seguir resaltando todas esas respuestas.

¿Cómo comenzó esta alerta? En los Estados Unidos, en el año 1962, el senador norteamericano Gaylord Nelson inició un lobby político para que el tema formara parte de la agenda gubernamental del presidente John Kennedy. Después de varios años de trabajo social y político, justo en 1969 y aprovechando los ímpetus de la airada protesta civil contra la guerra de Vietnam, convocó a una gran manifestación popular donde se expresó la preocupación por el manejo del asunto a nivel nacional. Así, en el año 1970, cuando se produce el equinoccio de primavera en el hemisferio norte, se celebró por primera vez el Día de la Tierra.

En aquel entonces, más de 20 millones de personas respondieron a la convocatoria, estableciendo en sus comunidades, universidades y escuelas una plataforma de difusión y discusión. También en 1970 se fundó la Red del Día de la Tierra, que, con carácter global, promueve la celebración de esta jornada como una instancia de reflexión y acción. Cuba pertenece a esa red, en la que busca favorecer el compromiso cívico de los estudiantes, educar a los ciudadanos como consumidores responsables y movilizar a los medios de comunicación, a las escuelas y a los gobiernos locales en torno a acciones de protección ambiental y ecológica. Agradecer y reconocer a las mujeres y a los hombres que hacen de las ciencias una sombrilla para proteger a este mundo biológico y sintiente, es sembrar un legado para el futuro.

Por eso somos cada vez más las personas que hacemos algo. No nos gusta ver las playas con residuos, con todos esos pomos plásticos, naylons, bolsas, forros de caramelos y botellas, que tardan años y siglos en descomponerse. Criticamos sin descanso a las calles y a las esquinas con basura y desperdicios arrojados sin miramiento. El agua, mientras más limpia y en seguras provisiones, mejor para nosotros. Los que viven en una ciudad no conocen las consecuencias directas de los incendios forestales; sin embargo, conviven con los efectos de los aires contaminantes por el transporte y ciertas industrias. Sembrar árboles y más plantas no es una diversión, es parte de una conciencia ambiental. Denunciar el maltrato animal y la caza ilegal más el comercio ilícito de aves es toda una militancia a la causa ecológica.

Lo cierto es que el Día de la Tierra debería ser todos los días de nuestras vidas. El cambio no es con la fuerza bruta, comienza en cada persona. La revolución ecológica está en transformar y mudar nuestros hábitos y costumbres para poder sanarla, hasta un punto, pues se habla de un no retorno. Se puede aplicar la técnica levadura y que crezca aún más el amor al planeta para hacer de esta casa un hogar seguro, con sus especies en armonía para las generaciones de otros siglos.

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