Por Marilys Suárez Moreno
Hace pocos días presencié, en la sala de espera de un policlínico, que una madre joven, con sus dos hijos, esperaba también con impaciencia su turno. Los niños estaban revoltosos, no es de censurar, Uno tendría alrededor de cinco años y el más chiquito, año y medio aproximadamente.
Pero lo que llamaba la atención de las personas que esperábamos era la manera tan diferente en que la mamá trataba a sus hijos. Su tono de voz para el mayorcito era muy severo y ella insistía en que se estuviese quieto y se sentara, a veces con apretones y empujones para que le obedeciera. Con el hijo más pequeño era muy tierna y amorosa, se preocupaba por cambiarle un juguete por otro, cuando la criatura se cansaba, además de prodigarle continuas muestras de cariño.
Me pareció que ese comportamiento no era razonable, pues el niño mayor también necesitaba algo para entretenerse y para retener su atención, dada su aún corta edad. Y, ciertamente, algunas madres piensan que son justas actuando así, concentrándose en el bebito o el más chico de sus hijos o hijas y olvidando muy fácilmente que los de más edad pueden sentirse abandonados y desprotegidos de su mami, además de sentirse celosos del hermano o la hermana menor, que les usurpa ese cariño.
Aunque es lógico que se ocupe más del bebé o del más chico que del mayorcito, debe compensarlo con atenciones y cariño; evitar frases, gestos y acciones que le provoquen sensación de abandono. Esta discriminación, aunque sea inconsciente por parte de esas madres, puede derivar para el niño o la niña mayor en cierta envidia hacia el bebito o en una actitud rebelde hacia los padres. Y lo que es peor, esa actitud puede cambiar a un niño o niña risueña por una personita huraña y retraída.
Siempre la llegada de una hermana o un hermano produce un gran giro en la vida del hijo o la hija única. Incluso, en la familia con más hijos, un nuevo ser significa un cambio. El tacto, la comprensión y una explicación inteligente facilitan que ese niño o niña se acostumbre a no ser el único o la única.
Tanto las madres como los padres necesitan recordar que ese “niño o niña grande” fue un bebito durante algunos años y recibió todo su cariño y atención. Tener que compartir ese cariño y cuidados con otro hermano o hermana puede resultarle bastante duro y hasta injusto a sus ojos.
Es importante que los hijos sientan verdadera admiración por sus madres y padres, que valoren y entiendan que son amados y protegidos por ellos y que, en la medida de las posibilidades, participen en sus actividades, porque, precisamente, esto hace que la autoridad sirva no sólo de guía, sino para desarrollar toda una serie de cualidades positivas en la descendencia, sin importar su edad.
Los padres que gritan, regañan e ignoran a sus vástagos mayorcitos por cualquier insignificancia lo único que hacen es imponer un poderío represivo que se irradia sobre toda la familia y convierte el hogar en lugar donde el infante se siente solo y descuidado en su atención por los que ama. Es preciso prever antes los cambios que tendrán lugar en la familia y acostumbrar al primogénito, por ejemplo, a que se sienta partícipe de la llegada del nuevo ser. De ese modo recibirá la impresión de haber ayudado a mamá y papá, y se sentirá mucho mayor.
Tener que compartir el cariño de papá y mamá con otro hermano o hermana resulta bastante duro para la hermana o el hermano mayor, pero infante aún. No hay porqué hacérselo más difícil.
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