miércoles, 11 de octubre de 2023

Obediencia a la fuerza

 


Desde edades bien tempranas, niñas y niños deben de aprender a respetar y a usar su inteligencia acertadamente, para que aprendan el concepto de justicia.


Por Marilys Suárez Moreno

Se hace recurrente que algunos padres apelen a los gritos, las malas palabras y hasta los golpes para hacerse obedecer por sus hijas e hijos. Creen que sólo ellos tienen la razón en un hecho u orden determinada, pero se horrorizan cuando estos les gritan a ellos y se muestran contestones ante los regaños.

Esa tendencia de algunos adultos de tratar con agresividad o represivamente a niñas y niños, como una forma de imponer potestad, constituye un grave error y daña la formación infantil.

Desde edades bien tempranas, niñas y niños deben de aprender a respetar y a usar su inteligencia acertadamente, para que aprendan el concepto de justicia. Obedecer, sí, pero no al capricho de mamá, papá u otro familiar, sino a una norma o juicio justa, que los haga entender el por qué de las cosas que se les dicen y que deben de aprender a interiorizar y hasta reflexionar, porque responden a criterios avalados por la disciplina y la responsabilidad.

El infante es un ser pensante, al que muchas veces, sin desearlo, le enseñamos a ser desobediente perpetuo y rebelde sin causa, con órdenes y prohibiciones que van en contra de sus necesidades, de sus deseos biológicos y hasta de sus intereses personales, generalmente opuestos a los de los mayores de la casa.

Con frecuencia creemos que nos asiste la razón en todo, olvidando que es muy necesario dársela al niño o niña cuando la tenga, para que de esta forma entienda el concepto de rectitud y respeto, pero de manera sensata y natural, nunca con amenazas ni golpes.

Se trata de analizar un poco más las razones de los castigos y prohibiciones que hacemos y hasta de hurgar en los sentimientos que tenemos acerca del sentido de independencia y la autoridad que nos compete, antes de intentar establecer juicios y aplicar acertadamente o no el concepto de justicia.

Ni los gritos, ni las peleas, los golpes o los empujones contribuyen a educar. Por el contrario, ese trato puede hacerlos reaccionar de igual forma, respondiendo siempre con un golpe, contestando de mala forma, tirando las cosas o provocando en el menor una actitud retraída y hosca, que lo haga aislarse de todos por temor a ser golpeado o castigado.

El desarrollo integral de la personalidad infantil demanda sentimientos de amor y protección y, como cualquier persona mayor, deber ser amado y respetado en sus derechos.

Hacerlo acertadamente requiere no sólo conocer su personalidad y hasta las singularidades de los hijos, sino también escucharlos con respeto, trasmitiéndoles a la vez los mejores principios y cualidades, estimulando en ellos el ejercicio de sus deberes y derechos. Única forma de evitar errores que mucho nos puedan pesar en el futuro.

La obediencia nunca puede ser obtenida sobre la base de la violencia, la opinión cerrada y única del familiar, ya seas la madre o el padre; porque el patrón educativo que se trasmite es también el de la intimidación y el miedo, que a la postre genera similar tendencia a la agresión y el miedo.

El cariño, la ternura y hasta el tono meloso al mandar no debilitan la autoridad; al contrario, la refuerzan al propiciar el acercamiento y las mejores relaciones entre los progenitores, sus hijos e hijas

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