jueves, 10 de julio de 2025

Una mujer de temple



Por Marilys Suárez Moreno

Ferviente seguidora de los planes insurreccionales de José Martí, con quien llegó a entrevistarse personalmente en Nueva York, en 1895, María Isabel del Rosario Rubio Díaz, se destacó entre las mujeres que buscaban la independencia de Cuba del yugo colonial español.

Nacida el 8 de julio de 1837 en Paso Real de Guane, Pinar del Río, en el seno de una familia adinerada, Isabel Rubio sobresalió no solo por su lucha y constancia revolucionaria sino por el temple que mostró siempre en todas sus acciones.

De joven recibió determinada instrucción y conocimientos de Medicina y farmacopea que le permitieron establecer una farmacia y, a posteriori, prestar inestimable ayuda a las huestes mambisas que combatían en el Ejército mambí en los días de la llamada Guerra Necesaria, aunque ya lo había hecho al inicio de la Guerra de los Diez Años, no obstante las limitaciones de aquella contienda en Occidente.

Al emigrar a Cayo Hueso una de sus tres hijas, casada con un coronel veterano de la primera guerra, le facilitó a Isabel efectuar viajes a dicho lugar, que le sirvieron para vincularse con destacados patriotas en la emigración, entre ellos, José Martí.

A su regreso, la patriota pinareña se reincorporó a la lucha, aún con dolorosos problemas personales, como el fallecimiento de una de sus hijas, y de salud, que no pudieron quebrantar su ánimo e incrementó sobre ella la persecución de las autoridades coloniales que sabían de sus ideas y actividades patrióticas.

En enero de 1896, cuando el lugarteniente general Antonio Maceo llegó triunfante a Guane, al frente de su columna invasora, luego de recorrer la Isla para llevar la insurrección hasta el Occidente del país, una mujer entrada en años se le acercó a darle la bienvenida. Era Isabel, la delegada en la localidad del Partido Revolucionario Cubano, creado por Martí.

Para ella, ese fue un día de extraordinaria relevancia, pues el propio Maceo le confirió el grado de capitana de Sanidad del Ejército Libertador, ganado por su incorporación al movimiento conspirativo y sus muchos méritos revolucionarios.

Se sabía que su casa había sido centro de la conspiración más grande de la provincia y uno de sus hijos llegó a alcanzar las estrellas de coronel en el Ejército Libertador.

No podía ser otra su actitud que incorporarse a las huestes insurrectas comandadas por Maceo hasta vencer o morir, según dijo a su hijo, quien trató de persuadirla, dado sus años y padecimientos. Necesito practicar lo que propagué, le dijo a este, médico del Estado Mayor de Maceo. Y marchó a la guerra, feliz de la decisión tomada.

A sugerencia de Maceo, Isabel Rubio fundó un hospital ambulante cerca de la localidad de San Diego de los Baños, una tropa de mujeres colaboró con ella en tan riesgosa misión.

Isabel nunca se dio por vencida ni ofreció muestras de cansancio. Por el contrario, aquella mujer que Maceo incorporó a sus tropas, se mostró como la más diligente y tenaz luchadora en su accionar sanitario.

Valga decir que, La Capitana, era la única mujer entre los siete oficiales mambises que en la provincia pinareña ostentaron tal jerarquía.

Durante la segunda campaña de Pinar del Río, Isabel recorrió más de 150 kilómetros para prestar servicios de salud a la tropa independentista e incontables fueron las ocasiones en que se vio precisada a apelar a su agudeza y creatividad para sacar de apuros al pequeño hospital de campaña que dirigía.

Perseguida de cerca por las autoridades coloniales y las guerrillas pro españolas que los secundaban y sabían de su presencia en la zona, el 12 de febrero de 1898 consumaron el ataque al pequeño hospitalito que dirigía Isabel Rubio, quien trató de impedir hasta con su cuerpo que penetrasen en el rústico bohío que les servía de enfermería.

No tiren, somos mujeres, niños y enfermos, les dijo valiente, pero una descarga la hizo caer con una pierna destrozada, mientras pasaban cuchillo a casi todos los heridos, presuntos mambises según aquellos innobles seres.

Como era costumbre entre las tropas enemigas, a ella se la llevaron hasta la localidad de San Diego, obligándola a caminar el largo trayecto en medio de las difíciles condiciones del terreno, sin respetar su edad, sexo, ni que estaba gravemente herida.

Conducida en calidad de prisionera de guerra hasta la capital provincial, fallecería tres días más tarde, a causa de la gangrena que minó su herida y la mala atención recibida. Ni siquiera permitieron a su hermano, uno de los médicos más prestigiosos de la comarca, que le brindara la urgente atención médica que necesitaba.

Isabel Rubio, La Capitana de Sanidad, y la más destacada mambisa de Vuelta Abajo, como se le recuerda hoy, pidió a sus captores antes de morir y como única voluntad que la enterraran con el uniforme de las tropas mambisas del Ejército Libertador que con orgullo llevaba.

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