Por Marilys Suárez Moreno
“No sé cómo pude casarme contigo. Pareces una vieja con ese moño recogido siempre, pegada al fogón y al fregadero casi todo el tiempo; si no fuera por los muchachos…”. La amenaza de una decisión que la mujer teme más que al esposo desagradecido y egoísta, pende sobre su cabeza.
Diana tiene solo 35 años y cuando
se casó con Renato, hace 15, era una muchacha muy linda, dulce y enamorada.
Hacía poco que había terminado la Universidad y tenía muchos planes y
propuestas de trabajo como ingeniera agropecuaria, pero Renato le prohibió que
trabajara; él ganaba lo suficiente para mantenerla a ella y a los hijos que
vendrían, cuatro a la fecha.
Al paso del tiempo, Diana se fue
acostumbrando a los desplantes de su marido, a sus groserías y frases
injuriosas; ya ni le importaban mucho sus barbaridades para con ella. La
atención a sus hijos, de 14, 12, 9 y 2 años, le ocupa y preocupa todo el
tiempo. Además, ella no tenía más familia en La Habana que la que formó con
Renato, y con sus hijos dependiendo de ellos todavía, sus horizontes no eran
muy amplios ni prometedores, se decía. Por otra parte, Renato no era malo,
adoraba a sus hijos y eso sí, nunca les había puesto la mano encima. Tenía sus
veleidades que la mujer no desconocía, pero en su casa no faltaba de nada y los
muchachos querían mucho a su papá.
Diana, como muchas mujeres en
Cuba y en el mundo, sufre maltrato psicológico en el seno de su propio hogar,
aunque en el trabajo y hasta en la calle puede propiciarse este tipo de
agravio. Muchas mujeres lo reciben y muchas otras apenas se dan cuenta de este
tipo de agresión verbal, pues se han acostumbrado a ello y lo soportan
calladas.
Leí hace poco del ejemplo de
Margarita, una peruana de siete hijos, quien en el transcurso de 10 años de
casada había sido víctima constante de agresiones psicológicas de todo tipo por
parte de su cavernícola marido. Un día,
cansada de los insultos y desmanes del hombre, la mujer se personó en una
comisaría cercana al lugar donde reside, a presentar su denuncia, pero una vez
allí el juez le aconsejó que tuviera paciencia. “Si él se va, qué será de ti y de tus siete hijos”, le dijo, dejando a la
mujer sin palabras.
El maltrato psicológico que
reciben muchas
mujeres en el seno de su propio hogar, o en cualquier lugar, no es considerado
un delito; por esta razón, resulta muy difícil su sanción legal, porque al
menos en lo visible no deja huellas o marcas físicas que pueden ser
comprobadas. Pero el abuso mental, el desprecio y ultraje constante a los
sentimientos de la víctima son fantasmas solo visibles para la que lo padece y
se ha acostumbrado a aguantarlos.
Además, se dice que cuando las
mujeres que se exponen públicamente a
una denuncia de ese tipo, generalmente son amenazadas luego de violencia física
por sus parejas, por lo que aprenden a vivir vejadas, ultrajadas psíquicamente
todo el tiempo, heridas en lo más profundo de sus corazones y mentes y sin
saber a dónde mirar.
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