Por Beatriz Ramírez López
El arte ha ido de la mano con la propia evolución de la humanidad, documentando en sus esencias el pensamiento del devenir social. Hacer énfasis en su labor como ente transformador y crítico de la realidad circundante constituye una tarea más que necesaria.
De acuerdo al “Seminario Historia del Arte y Feminismo: relatos, lecturas, escrituras, omisiones”, del Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile, «la creación, la producción y el conocimiento han sido ordenados bajo patrones mascultistas, significando con este lenguaje nuestra apreciación sobre la belleza, la sexualidad y el cuerpo».
Para la doctora en Historia del Arte Araceli Barbosa, la crítica feminista del arte ha insistido en la necesidad de cuestionar la historia escrita desde el punto de vista masculino y señalar la terrible omisión de la mayoría de las mujeres artistas dentro de lo considerado como historia tradicional del arte.
«Recobrar la memoria histórica de las mujeres gracias a una nueva forma de hacer historia del arte mediante la relectura de las fuentes convencionales tiene como fin documentar la presencia de las productoras artísticas del pasado y erigir una genealogía de creadoras que fortalezca a las nuevas generaciones de artistas. En suma, propiciar una historia más plural del arte que parta de una política y una perspectiva de inclusión», refiere la académica en el libro Arte feminista en los ochenta en México. Una perspectiva de género.
La subordinación de las mujeres en los diferentes ámbitos ha determinado que, históricamente, sus producciones culturales estuviesen mediadas por ciertos patrones sociales e ideológicos acordes a la clase y el sexo.
Según la investigadora Pilar Muñoz López en “Arte feminista. Empoderamiento de las mujeres en el arte”, en la tradición pictórica, desde la Edad Media, pasando por el Renacimiento, el siglo XVIII y el XIX, las mujeres han realizado siempre obras de menor valoración en los ámbitos artísticos y, generalmente, como entretenimiento de las mujeres acomodadas o como trabajo marginal respecto al de los artistas varones. Para que esta actividad fuese aceptada en el ámbito de la sociedad, tenían que darse las condiciones adecuadas para no alterar ni poner en peligro las normas morales o las leyes implícitas, tanto en la convivencia social como en los ámbitos jurídicos.
Durante el siglo XX, las luchas feministas en todo el mundo otorgaron a las mujeres una nueva realidad social y cultural que se manifestó de igual forma en el arte femenino.
Hacia la segunda mitad de esa centuria, los análisis teóricos feministas en este campo comenzaron a incidir en la academia y a marcar un precedente en el mundo. Dicho movimiento, desarrollado fundamentalmente en Norteamérica y Europa, tiene como punto de partida el texto de Linda Nochlin, “¿Por qué no ha habido grandes
mujeres artistas?”.
«Un ensayo donde indagaba las posibilidades de acceso a las prácticas artísticas que limitaron el desarrollo y la producción de artistas mujeres, no por su “esencialidad” femenina, sino por su educación histórica y social», asevera la estudiosa de Género y las Mujeres María Laura Gutiérrez, en “Entre las intervenciones feministas y el arte de mujeres. Aportes, rupturas y derivas contemporáneas de los cruces entre arte y feminismos”.
El feminismo en las artes se afirmó en multitud de publicaciones periódicas, desde columnas de prensa hasta la creación de revistas especializadas. Estas conceptualizaciones han colocado los puntos sobre las íes de la situación de las mujeres en el campo de la cultura, logrando así desvelar el arte institucionalizado como arte patriarcal y luchar contra políticas culturales sexistas, la invisibilidad de las obras de mujeres artistas en el transcurso de la historia del arte. En su momento, alzaron la voz al sentirse excluidas de los altos cargos de centros institucionales artísticos; discriminadas por cuestiones de género, etnia o condición sexual, de las convocatorias y grandes eventos curatoriales, según explica la docente e investigadora Alexa Cuesta, en “Feminismo, género o reivindicación en el arte del Caribe colombiano”.
Para Barbosa, la crítica feminista del arte ha cuestionado severamente las múltiples prácticas culturales que, en términos históricos, han obstaculizado la participación de las mujeres en el ámbito institucional de la plástica, han omitido y soslayado la historia de las productoras artísticas, menospreciado la creación femenina y vulnerado la representación de la identidad femenina, hasta ocultar la imagen de las mujeres reales.
El “Seminario Historia del Arte y Feminismo: relatos, lecturas, escrituras, omisiones” establece que el silencio es la forma de censura más comúnmente utilizada en contra de las mujeres en la historia, por lo que es una preocupación del feminismo visibilizar las experiencias de estas ante la necesidad de situarlas como sujetos históricos. El nuevo feminismo, las masculinidades críticas y la teoría queer nos ofrecen las herramientas
necesarias para situar, en perspectiva de análisis, los modelos genéricos y del deseo y subvertir las relaciones de poder establecidas históricamente.
De esta forma, una de sus mayores utilidades ha sido salvaguardar la creación silenciada a lo largo de cientos de años, así como deslindar la construcción social de la mujer solo como musa de las creaciones, rescatar su condición de creadoras y la representación de la identidad femenina en el arte.
En palabras de Barbosa, podemos señalar que recobrar la memoria histórica de las mujeres --gracias a una nueva forma de hacer historia del arte mediante la relectura de las fuentes convencionales-- tiene como fin documentar la presencia de las productoras artísticas del pasado y erigir una genealogía de creadoras que fortalezca a las nuevas generaciones de artistas. En suma, propiciar una historia más plural del arte que parta de una política y una perspectiva de inclusión.
Es necesario una nueva articulación de la jerarquía establecida desde antaño en el arte, sus discursos e instituciones. De nada sirve la inclusión en un mundo aún dominado por los hombres, si no se busca desmembrar la construcción del paradigma machista que impide el avance del arte hecho por mujeres.
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