miércoles, 6 de marzo de 2024

Manos mágicas

 

A la memoria de Jilma Madera, en el Día Mundial de la Escultura


Por Marilys Suárez Moreno

En Cuba la escultura ha sido un arte literalmente dominado por las mujeres. Por lo menos, dos de ellas han ganado espacio público y notoriedad en sus obras. Tanto Rita Longa como Jilma Madera están cotizadas como las escultoras más importantes del siglo XX en la nación caribeña y sus expresiones, a través de ese arte, forman hoy parte del paisaje urbano y rural de Cuba.

En especial, les contaremos sobre Jilma Madera Valiente, quien nació en San Cristóbal, provincia de Artemisa, el 18 de septiembre de 1915, y falleció en La Habana, el 21 de febrero de 2000. Está catalogada como la primera mujer en el mundo en realizar una obra de gran magnitud como el Cristo de La Habana.

Su legado se traduce en arte, simbolizado en un Cristo y un Martí en el punto más alto de Cuba, el Pico Turquino, a 174 metros sobre el nivel del mar. Un Martí de frente ancha y mirada que parece vigilar la Patria todo el tiempo, desde la grandiosidad serrana, y que forma parte del Patrimonio Cultural de la Nación.

Considerada la primera mujer en cincelar en mármol blanco de carrara una obra de tamaño y dimensión como el Cristo de La Habana, un monumento de 20 metros de altura y gran majestuosidad que se yergue a la entrada de la bahía habanera y que es también Monumento Nacional.

Mucha destreza y firmeza tuvo que desplegar la escultora para realizar esta obra. Inaugurado el 25 de diciembre de 1958, el Cristo de Jilma Madera requirió de ella ingentes esfuerzos. El trabajo que hizo incluyó el traslado desde Italia de 600 toneladas de mármol y la dirección de los obreros que ejecutaron el montaje del Cristo de Cuba, como lo llamó, porque no guarda semejanza con el de Brasil u otro lugar. Le llevó horas de sueño y de incesante laboreo. Es un Cristo de ojos vacíos, para asegurar una mirada serena y omnipotente. Mestizo por demás, nacido de su pensamiento y sus manos, y que parece bendecir desde lo alto a su ciudad.

Como dijo alguna vez Jilma, sus esculturas eran sus hijos y a todos los amaba por igual, aunque cada una tenía sus singularidades y prestancia, si bien el busto de Martí en el Turquino tuvo otra connotación para ella. Maestra de profesión y estudios, martiana por convicción, la artista fue una mujer muy apegada a su cubanía y a la docencia que ejerció por más de 25 años, aunque también realizó estudios de escultura en Nueva York y de arte prehispánico, entre otros saberes.

Fue a través de Celia Sánchez Manduley y su padre, el doctor Manuel Sánchez Silveira --así como de otras personas igualmente martianas y comprometidas como Gonzalo de Quesada y Miranda, hijo de Gonzalo de Quesada y Arostegui, delegado del Partido Revolucionario Cubano de Martí-- que modeló aquel busto de bronce del Apóstol, una de sus más bellas y preciadas obras.

Según Jilma, la participación de Silveira fue decisiva, pues él se ocupó de llevar el busto de Martí a la Sierra y de todo lo referente a su instalación; hasta pagó los salarios de los campesinos que contrató para emplazarlo en el lugar más alto de Cuba, aquel 21 de mayo de 1953, en el año del centenario del Héroe Nacional cubano. Una frase de Martí lo calza: ”Escasos como los montes son los hombres que saben mirar desde ellos y sienten con entraña de nación o de humanidad”.

La escultora cubana se creó un estilo propio y muchos de sus trabajos están emplazados también en países como Puerto Rico, Estados Unidos y Rusia. En el Cacahual se ubica una obra en relieve suya titulada El pacto del silencio. Otras piezas conocidas de su autoría son las que dedicó a Carlos Juan Finlay, Julio Antonio Mella y a dos grandes de la literatura mundial: Miguel de Cervantes y William Shakespeare. También en relieve, la escultora dedicó una obra al campesino Pedro Pérez y sus tres hijos, en agradecimiento a aquel hombre y su familia, que se ocuparon de dar sepultura y esconder de los españoles el cadáver de Maceo y de su ayudante Panchito Gómez Toro.

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